Gracias, abuela Oma
He de reconocer que, sin saber escribir, me da algo de pudor escribir de los que escriben. Pero hoy lo voy a vencer, porque siempre estaré agradecido a los que me han hecho tener una perspectiva distinta de la vida.
Espero que nadie se ría si digo que lo que me aficionó a leer, junto con Enid Blyton, fueron las novelas de Geronimo Stilton, de la italiana Elisabetta Dami, que por si alguien no lo sabe es un ratón investigador. Unos se aficionan por Sherlock Holmes y otros, en cambio, lo hacemos con sus sucedáneos. Me encanta recordar la emoción que sentía cada vez que me regalaban uno nuevo.
En bachillerato, me dio por mi paisano Pérez-Reverte. Al leerlo quería ser ese tipo con un código de honor de tío inquebrantable que sabía poner cara de póker a la adversidad y miraba la vida con la distancia de los que ya están de vuelta de todo. Recuerdo especialmente el libro Los perros duros no bailan que, aunque no sea de sus más famosos, es fantástico. Para compensar, también me dio por una de las más célebres cartageneras de adopción, María Dueñas. Fue una buena combinación.
Gabriel García Márquez, Jorge Edwards, Mario Vargas Llosa y José Donoso
Ahora, estoy procurando subsanar las lagunas literarias de mi educación con escritores del boom hispanoamericano. Los Nobel Vargas Llosa y García Márquez me dejan sin aliento con su talento para hilvanar palabras como nubes en el cielo y por su capacidad para transportarnos a mundos entre la realidad y el onirismo. Crónica de una muerte anunciada, El amor en los tiempos del cólera o La fiesta del Chivo han pasado ya a formar parte no sólo de mi biblioteca sino de mí. Como lo hace toda buena lectura.
Gracias, abuela Oma.
Feliz Día del Libro.