Marrajo y sampedrista
Aunque en algunos balcones numantinos cuelgan los colores de las cofradías, el maldito confinamiento nos está haciendo pasar de puntillas por la Semana Santa. Esta sucesión de domingos sin pausa nos hace olvidar que estamos en ese periodo entre uno de Ramos y otro de Resurrección donde la fe y la devoción salen a las calles. Debemos de esforzarnos para que la anestesia de la cuarentena no nos robe la nostalgia de las puertas de las habitaciones o armarios con túnicas y fajines colgando; en mi caso de color blanco, negro y burdeos.
Pasó el martes e intenté recordar sin evitar emocionarme el último Martes Santo, cuando, entre vítores, suntuosas flores y un portentoso simbolismo, el más santo de los empleados de la Armada Española, escoltado por cientos de hombres, solicitó al Almirante permiso para salir un par de días del Arsenal Militar.
También, intento escuchar los tambores retumbando en el interior de la iglesia de Santa María. Quiero oler el incienso penetrando en los capuces blancos y sentir la piel emocionada al dar los primeros pasos. Quiero ver el sudario echar a andar y el imponente y sincronizado baile de capas burdeos. Quiero sentir el gusto seco en la boca, al terminar el desfile, de sed y orgullo marrajo. Sí, soy sampedrista y del Descendimiento.
Sin embargo, cuando para muchos esta semana era la más bonita, este año está siendo la más difícil. Nos resignaremos a no poder contemplar las fachadas de Cartagena brillar y a no ver las calles inundadas de orden y majestuosidad. Esta vez nos quedamos sin marrajos y californios, sin las buenas gentes del Resucitado y del Socorro, porque lo hacemos para no quedarnos sin los que más queremos.
Escribo en el buscador Mektub, me pongo los auriculares y cierro los ojos.
Fotografías de Ignacio Murcia Requena