Tiempos de tribulación

Reunión de los "padres" de la Constitución en el Parador de Gredos, en febrero de 1978.

Tal día como hoy hace 42 años, con la aprobación de la Constitución en referéndum, se cerraba, por todo lo alto, una exitosa transición. Desde mi juventud no quiero dejar de recordar lo que pasaba allá por el año 1978, cuando España cantaba victoria, sin ira, sin revancha, y comenzaba a eliminar cualquier vestigio de épocas pasadas. España discutía si romper o reformar, sin darse cuenta de que ambos elementos no eran excluyentes. Mientras tanto, en algunos restaurantes, hoteles y despachos de Madrid se fraguaba una carta náutica con el único objetivo de navegar hacia la libertad.


El rumbo marcado en esa carta estaba claro y el puerto al que llegar también: redactar una constitución para erigir una democracia. Entonces, el compromiso atrajo al consenso, y la voluntad al éxito. El resultado fue un proyecto común para conquistar un bien mayor. Un pacto sólido y un texto rígido que servirían para unir a España.


La propia esencia de las constituciones es su permanencia, y, por tanto, su dificultad para modificarlas. Una solidez y rigidez, consagradas en nuestro texto en el título X, que pueden ser maleables únicamente con la conjugación de la reflexión y del diálogo, que, por ahora, son inimaginables. 


La fatalidad ha querido que en este momento de crispación sea cuando más hace falta adaptar la carta magna a la realidad actual. La Constitución española no puede ser un documento estanco e impermeable a la vida moderna; sino que ha de ser como aquel árbol vivo, que sentenciaba el Constitucional, que se acomode a las circunstancias y transforme los problemas presentes en soluciones contemporáneas. Eso no mata a las constituciones. La de Estados Unidos es sacrosanta, tiene 233 años, ha tenido 27 enmiendas para mejorarla, y nadie puede decir que haya perjudicado su democracia.


Por eso, creo, sin ser yo un loco revolucionario, que es bueno que algunas cosas cambien para que lo mejor de nuestro texto constitucional permanezca y pueda prolongar su vida útil. Considero que se deberían actualizar determinados derechos fundamentales en relación al uso de las nuevas tecnologías e incluir en este bloque el derecho a la salud que, actualmente, figura como un derecho social o económico; así como reformar el orden de sucesión en la Corona para eliminar la preferencia del varón sobre la mujer. Y, por supuesto, la gran caja que sólo Pandora se atrevería a abrir: el modelo territorial, la descentralización del Estado y el reparto de competencias. 


Claro que, para emprender una reforma constitucional, existe una gran dificultad, principalmente aritmética, que fue ideada como un instrumento para defender al propio texto. Aunque, sinceramente, no creo que aquellos políticos imaginasen que la Constitución, en su cumpleaños, estaría tan amenazada como en este 42 aniversario. Pero, lo barruntasen o no, como diría mi “divino” tocayo San Ignacio, en tiempos de tribulación es preferible no hacer mudanza.

De pie, de izquierda a derecha: Miguel Herrero (UCD), Gabriel Cisneros (UCD), Jordi Solé Tura (PCE) y Miquel Roca (Minoría Vasco-Catalana). Sentados, de izquierda a derecha: Manuel Fraga (AP), José Pedro Pérez-Llorca (UCD) y Gregorio Peces-Barba (PSOE). Los siete 'padres'. 

Mis amigos y yo damos por supuesto muchas cosas: Internet, ser europeos, viajar y, lo que más, tener libertad para decir y pensar lo que queramos. Eso se consiguió con el abrazo de los adversarios, como el de Fraga y Carrillo. Por eso, a nosotros nos corresponde no olvidar los errores del pasado ni obviar el sumo cuidado que merece una democracia. Nos toca disfrutar de la mayor época de libertad y bienestar de nuestra historia que nuestros abuelos nos legaron; nos toca preservar eso que ellos lograron y no creernos que nuestra Constitución tiene también, como tantas cosas de la modernidad, obsolescencia programada. 

 

Feliz día.

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