Manda huevos

Este fin de semana, a la par que el viejo y temido excomisario Villarejo, he salido en libertad condicional, y, tras meses de encierro, he conseguido viajar. La ciudad afortunada ha sido Madrid, donde mis obligaciones y un salvoconducto me han llevado. Y no mentiré si os digo que la vuelta a la normalidad no ha sido tan buena como pensaba. Todo fue raro desde el principio. Me tiré un rato buscando la maleta, la desempolvé y empecé a hacerla. "En Madrid hará frío”, pensé, “así que me llevo unos calcetines de nieve y una camiseta térmica”. Resultado: sol espléndido en la capital. Luego, me eché la moleskine y el kit de viaje, para, regla número uno, parecer viajero y no un turista.

 

La verdad, es que nunca comprenderé cómo los cartageneros tardamos más en ir a Madrid que, por ejemplo, a Berlín. No sé hasta cuándo tendremos que ir a coger el AVE a Alicante, y ni si con la provincia que algunos anhelan ya hubiese llegado la alta velocidad a la trimilenaria. Lo que sí sé es que hay que establecer en el Código Penal una condena para los que hablan con el móvil en el vagón.

 

Ser viajero en pandemia es como serlo sin pandemia pero con mascarilla. He descubierto que no es buena idea, regla número dos, masticar chicle de menta con ella puesta, porque acabas llorando. Ni tampoco, regla número tres, llevar las gafas de sol cuando uno va corriendo para no perder la hora en El Prado.


Y es que ir a Madrid y no ir al Prado es como ir a la plaza Mayor y no comer un bocadillo de calamares. Han cambiado los cuadros de sitio, y te sientes tan perdido como cuando hacen lo mismo en el supermercado de siempre. A pesar de eso, Las Meninas me reconocieron aunque sólo vieran mis ojos, Goya estuvo tan antipático como siempre y Tiziano un tanto sensual. 

 

Reconozco que lo mejor del viaje ha sido pasear de sala en sala y tomarme unas cañas con amigos sin tener que darte codazos con miles de turistas. Lo triste, es que haya tenido que venir una pandemia para disfrutar de esto, y que Alicante sea para los cartageneros nuestro punto de partida. Como dijo en su día un paisano, poco prudente, que llegó a ministro: "Manda huevos".


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