Kamikaze
Nunca he tenido duda de que Pedro Sánchez, antes o después, va a conceder indultos a los nacionalistas condenados por sedición, malversación y desobediencia. Y no es que yo sea un chamán indígena o algo así, sino que es evidente que ese el precio a pagar por los apoyos de legislatura; “es el mercado, amigo”, que diría el otrora ministro Rato.
Aunque creo que la figura del indulto es un tanto anacrónica y que merece ser repensada, no estoy en contra del indulto como tal. Estoy en contra de estos indultos. Estoy en contra del maniqueo argumento utilizado por Pedro Sánchez que, una vez más, como tantos gobernantes antes que él y de toda ideología, pretende enterrar a Montesquieu.
Este movimiento ajedrecista no va a moderar las ansias independentistas ni los delirios de amnistía, porque los nacionalistas, sencillamente, son insaciables. Si el Ejecutivo sostuviera que el indulto es la única vía para la solución del conflicto, o que están dispuestos a supeditar toda su acción de gobierno, e incluso su mayoría parlamentaria, en pro de la convivencia en Cataluña, o Sánchez decidiera inmolarse políticamente para, con el indulto, abrir un tiempo nuevo, otro gallo cantaría.
Pero no. Este indulto parece más bien que se trata de una pieza de la partida que lleva tiempo jugando con aquellos a los que les debe el poder. Una partida demasiado arriesgada y que, a no ser que tenga un as en la manga, puede desembocar en esa pesadilla del presidente actual, y de todos sus predecesores, que no es otra que su desalojo de Moncloa. Quizás, hay algo delante nuestro que no vemos, o simplemente es la determinación del conductor kamikaze.