Milagros
Ayer fue San Isidro Labrador que, además de ser patrono de Madrid, para mí es el santo español por antonomasia, ya que su milagro más conocido fue conseguir que unos bueyes araran la tierra mientras él se dedicaba a rezar. Qué gozada. Qué maravilla.
Siempre se ha dicho que en España el trabajo está muy bien mirado, pero no porque nos encante doblar el lomo, sino por la cantidad de gente que lo contempla mientras uno lo hace, que unido al mito de la siesta, los veraneos eternos y los puentes convertidos en acueductos, nos han granjeado una fama que ni San Isidro ni sus asombros consiguen desterrar.
Algunos piensan que hay dos tipos de países, los que esperan un milagro que los salve, como España, y otros que se ponen manos a la obra para hacer su propio milagro, como Alemania. Y aunque nos gustaría ser como los segundos, lo cierto es que todos envidian poder ser como los primeros.
Y es que, volviendo a la religión, el trabajo es un castigo divino “ganarás el pan con el sudor de tu frente”. Pero en una época en la que tanta gente tiene sus empleos pendientes del hilo de los ERTES y de la tan anunciada como retrasada recuperación, muchos dirán que qué bendito castigo.
No es por desanimaros, pero soy un convencido de que lo que le valió a San Isidro no nos vale a nosotros. Creo en la cultura del esfuerzo, en el valor de lo importante y en que tenemos que trabajar duro para conseguir lo que nos propongamos.
De todas formas, por si acaso, y como buen español que soy, hoy, además de dedicarme a estudiar la oposición, iré a comprar un decimico de lotería, porque he de confesaros que yo también creo en los milagros.