El puñetero chiringo
En estas pinceladas sobre el costumbrismo veraniego le ha llegado el turno a una de las estrellas, el chiringuito. Ese lugar que en invierno nos parece un sueño inalcanzable y que en verano, a veces, se convierte en pesadilla cotidiana.
No me refiero sólo a esos de aseos a los que hay que entrar con más precaución que una sala COVID de hospital, ni tampoco a esa tortura sibilina que juega con nuestras expectativas que es el ir a pedir un helado de la carta y que nunca esté. Me refiero a los de la música insufrible que nos taladra los oídos cuando estamos tranquilos en la playa tratando de leer el último best seller del año.
De hecho, este verano me ha tocado uno de esos y por primera vez he visto asomar a ese pirómano que todos llevamos dentro. Comprendo que el camarero, que ni ha visto ni se le espera en la Escuela de Hostelería, al que protestan algunos bañistas, se encoja de hombros y diga que es cosa de su jefe. Supongo, también, que si eres tan valiente para tomarte una ensaladilla rusa con mayonesa en un chiringo en agosto, te sobra valor para aguantar reguetón, bachata o lo que se ponga por delante a todo volumen. Así que todas las mañanas estoy invitado, aunque vaya en bañador, a una discoteca al aíre libre a la que no quiero ir, y eso no casa bien con mis crímenes a punto de resolverse al final de cada capítulo.
Pero ese odio luminoso que trae el sol, se me apagó anoche. Resulta que por esos azares de los amigos acabé sentado en el chill out del susodicho chiringo, sobre uno de esos sofás blancos más traqueteados que el rey emérito y a los que mejor no pasar la luz ultravioleta del CSI. Viendo la inmensidad del mar, escuchando las olas lamiendo la arena, con un buen cóctel en la mesa, hasta el camarero antipático era gracioso. Estábamos en la gloria.
Ahora comprendo por qué a la gente le gustan los chiringuitos, si hasta parece que la arena que detesto no manchaba. Ahora entiendo, y con razón, por qué le han puesto uno a Toni Cantó. ¿Y sabéis una cosa? Los desgraciados, ayer, aprovechando que ya no podían molestar a nadie, tenían una musiquita baja y agradable. Hay que ser…