Sufriendo
Ha llegado agosto, el mes más ansiado por unos y detestado por otros, aunque de estos últimos no conozco a nadie; quizás sea porque, como nos ocurre a los que nos gusta la pizza con piña o la tortilla con cebolla, tienen miedo a ser apaleados en plaza pública.
Ha llegado el mes donde la privacidad no existe, ni el pudor, ni el sentido del ridículo si uno atiende a ciertos bañadores que se ponen algunos. El mes en el que queremos aparentar ser los más felices del mundo, y nos da igual si estamos en las aguas turquesas de Sancti-Petri o en los lodos de Los Nietos.
Con el verano no sólo aparecen los madrileños en las costas de la península, que imagino que no vendrán buscando libertad sino sol y arena. Ni sólo llegan las jornadas de vacaciones, las largas siestas, los atardeceres en el mar o los días sin horas.
También llega el insomnio provocado por el calor pegajoso, la arena colándose donde no debe, las banderas rojas justo el día que te apetece bañarte, los chiringuitos con música insufrible, el barrigón cervecero del de la sombrilla de Mahou, los mojitos a siete euros y el sudor, insufrible sudor.
Esa es la parte del verano que nunca veremos en Instagram. La foto de los pies en la playa poniendo el consabido “sufriendo”, esconde esa arena que arde, la medusa de la orilla o la pelotita de los niños que ya te ha dado tres veces. No publicamos la picadura de mosquito, sino el último tatuaje sobre nuestra piel morena; tampoco contamos el clavazo que nos han metido por la piña colada, sino lo rica que estaba.
Pero no nos quejemos. Lo malo no lo publicamos porque pensamos que ya tenemos bastante con sufrirlo. Lo malo, al menos, es siempre lo que más nos enseña, aunque sea el no volver a ese chiringo con precios de una terraza en los Campos Elíseos.