Malditos roscones

Sabía que mi supermercado de confianza era capaz de hacerme viajar hasta países que no he viajado. Empezó con el hummus, del que me declaro adicto. Me podría comer, con palitos de zanahoria, dos botes al día como si fuera Sabina fumando cigarrillos, paquete tras paquete. Después llegó el sushi, la comida favorita de la familia Beckham, pero no de la mía. Mi hermano dice que lo más rico del sushi es cuando lo tiras a la basura y te comes un buen filete; ya se sabe que la miel no está hecha para la boca del asno. Y cuando mi plenitud culinaria era máxima, llegó el gazpacho, que no es de otro país pero es el mejor que he probado, más conseguido que el de la Esteban, que no es muy difícil, y que el de mi querida Thermomix. 

 

Pero lo que nunca pensé es que ese mismo supermercado me haría viajar en el tiempo. Ni H. G. Wells se hubiera imaginado que entre productos de marca blanca y bolsas racionadas se encontraría la auténtica máquina del tiempo. Lo digo porque, cuando aún voy en bermudas y chanclas, cuando hiperventilo por el calor y la mascarilla, cuando ya tengo cita para la dietista, en pleno veranillo de septiembre, te metes por uno de sus ordenados pasillos iluminados con luces alienadoras y apareces en el Día de Reyes de 2022: ¡Me encuentro todo un lineal lleno de roscones de reyes! 

 

Los anuncios del nuevo curso son en agosto, la Navidad adelantada en septiembre, San Valentín en enero y el verano casi ha pasado a mayo. Nuestros comercios se empeñan en que todo vaya más rápido. Si seguimos corriendo tanto para llegar al futuro, no vivimos el presente, no podemos disfrutar del momento, y, lo peor, no podré llegar a Navidad con un cuerpo fitness. Malditos roscones. Maldito capitalismo. 




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