Autoinmune

Me llamo Nacho y soy un alérgico. Esta confesión a lo alcohólico anónimo la compartimos cada vez más personas. Hay tropecientas alergias: al pelo de los animales, al huevo, a las almendras, al látex, al agua, al marisco, a los ácaros del polvo… y sus consiguientes erupciones cutáneas, subcutáneas, rinitis o conjuntivitis. 


Yo soy de los afortunados que están todo el día moqueando, unas veces por el polvo y otras por el pelo de los animales. Y hasta esta semana pensaba que era una desgracia divina, igual que a unos les sienta mal el chocolate y otros son del Barcelona. Pero resulta que me he enterado que los alérgicos que moqueamos nos agudizamos los síntomas con el polvillo que desprenden los pañuelos de papel. Lo que nos faltaba.

 

Ejercitamos así esa curiosa capacidad autoinmune que tenemos los seres humanos de buscarnos problemas, como si no llegaran bastantes ya de por sí. No sólo nos empeñamos en enamorarnos de quien no debemos, de mediar en guerras imposibles, de pensar más de la cuenta, de tratar de caerle bien a todo el mundo, o de esperar que los demás nos den cosas que nunca nos han dicho que nos darían; es que, además, nos dedicamos inconscientemente a minar nuestra salud. Debe ser cierto eso que cuentan de la disposición a auto sabotear la propia felicidad. 

 

En fin, terminaré pasándome a los pañuelos de tela, o a ser futbolista, que serán alérgicos a los libros pero no al cloro de sus piscinas infinitas o al cuero de sus Lamborghini. O, ya que no soy alérgico al marisco, quizás termino en la cúpula de algún sindicato. Puestos a crearme algo, prefiero la gota al goteo nasal. 





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