Frenesí
En el monólogo de La vida es sueño de Calderón de la Barca, Segismundo cuestiona el sentido de la vida y dice que todo es un frenesí, un sueño. Si os habéis fijado, dedicamos nuestras vidas a construir lo que alguna vez hemos soñado; que si nuestro futuro, nuestra identidad, una familia ideal, nuestras carreras o la casa perfecta que hemos visto en Pinterest. Luego, una vez que las tenemos, las llenamos de cosas para darles contenido ya que no podemos dotarlas de sentido. Y es por eso por lo que creo que triunfa IKEA. Es una forma de llenar y cambiar todo sin que nada cambie.
De hecho, hace unos días, me engañaron para ir a ese laberinto panelado de letras amarillas, a ese contenedor de pesadillas disfrazado de sueños, al lugar donde uno entra felizmente emparejado y sale con un divorcio bajo el brazo. No iba para diseñar la casa de mis sueños ni para comprar la librería de nombre impronunciable, sino que iba a por los lápices gratis y a por las famosas galletas suecas.
Recuerdo aquellos pasillos por los que, guiados por las flechas del suelo, marchábamos como borregos directos al matadero. Había pasado una hora desde que llegamos y aún seguíamos en la primera sección. Mi vista empezaba a nublarse y, mientras hiperventilaba, veía a mis semejantes con mi misma cara de desesperación. No soportaba como la señora de mi casa, con preguntas retóricas, intentaba hacerme partícipe de tan importantes decisiones como el color del sofá. Había gente muy variopinta, de diversas nacionalidades, cartageneros y murcianos, todos con algo en común: queríamos vivir en la república independiente de nuestra casa.
Justo ahí es adonde estaba deseando volver. Con mis galletas y mis ansiados lápices. Y para colmo, con la excusa del COVID, habían quitado los lápices. ¿Cuántos contagios se han evitado quitándolos? En fin, todo aquello fue un mal sueño, un frenesí.